Tras esos ojos de alcohol,
tras esos muros de piel,
tras esa puerta de miedo,
he visto calmar a un loco corazón.
Cálmate. Sujeta mi mano.
Te arrastras y tu orgullo sigue intacto. Cae una lágrima, no sé si tuya o mía, pero llega al piso y pronto se envuelve en una fina nube de polvo, casi imperceptible. Si estuviéramos los dos solos, no habría que pensar, no habría que llorar, una vez mas solo hablarían los ojos terriblemente asustados de sentir el tiempo tan lejano, las diferencias abismales de lo que fuimos, la letanía de nuestras almas discretas por la vergüenza.
Frente a frente, mudo hasta el pensamiento, tu olor sigue siendo el mismo, solo eso, pues hasta tu piel se oscureció con los años, la historia cambió llena de quietud y sin recuerdos tormentosos que sin nada mas que hacer se olvidaron así mismos, uno a uno y sin resistencia.
De pronto caminamos entre muro y muro y nos sentamos por una copa, un vaso o lo que sea, ginger, seven o agua; pisco ron o güisqui. El primer trago desempolva mi mente y voy por más, el segundo es un sorbo extenso, sin saborear la madera, de largo, suelta mi lengua pero mis palabras revolotean en círculos sin ideas, mi boca no se abre y tu solo me miras.
Cuando al fin ordeno un pensamiento el licor me obliga a expulsarlo y voy al baño. En el espejo noto que ya no soy un chiquillo, el que quería dormir contigo para siempre, el que cantaba poemas susurrando a tu oído, el que se desvelaba perfumando los papeles con las palabras que te enamoraron.
Ya no estás.
Busco en las mesas cercanas, tras los desconocidos, desesperado apuro los pasos a nuestra mesa y la quietud violenta me atonta, sigo buscando, tras tus pasos al llegar, tras esos ojos de alcohol, tras esos muros de piel, tras esa puerta de miedo, he visto calmar a un loco corazón.