Desde el absurdo rincón y con la palabra solitaria dudo en golpear las letras que se transformarán en palabras. Tiemblo con cada golpe, pues las palabras que se escriben no me gustan, dicen la verdad y lastiman. Trato de no leer pero parece que mis ojos entienden todo y devoran cada signo que ensucia la pantalla.
El señor está frente a la niña. No le dice nada. Busca sus ojos y encuentra el infinito, sabe que es descabelladamente absurdo el pensar en una situación romantica pero lo intenta. La niña lo esquiva y toca su mano. Mirando al suelo le dice -estoy bien profesor-.
La niña camina triste, con los zapatos bien lustrados y el cabello recogido, pero con el corazón en la mano, desgarradoramente triste. El señor escapa a clases y se envuelve en otro mundo, alejado de aquel silencio que busca se transforme en una situación romántica, imaginariamente romántica, no por amar sino por vivir, no por lujuría sino como motivación de un texto que lo lleve a escribir sin parar.
El señor termina su día y sube al carro. Lee y lo que ha pensado, perdón, escrito, lo arruga y lo lanza por la ventana pues no hay nada mas absurdo.