Debió ser mas difícil de lo que fue. Las lágrimas no se secaban con el viento tenue, sus ojos no se cerraban con lentos parpadeos y su boca no se abría para decir que me amaba. Debió ser la tristeza que envolvía la anómala situación, debió ser la resignación que nunca estuvo presente en sus pleitos maritales. Fuese lo que fuese, todo quedo ahí, quieto, incólume, obcecado, impertérrito.
El siguiente paso era huir de la incómoda situación, dar la vuelta y salir de la habitación con rumbo desconocido. Ni triste ni alegre, magro, sin vacilaciones coger la manija y tirar de la puerta. Afuera todo será distinto pues estará la soledad de uno que es mejor que la soledad de dos.
Sus ojos no me dejan, no tengo la fuerza para salir, la duda siempre fue mi debilidad... y mi fortaleza, su mano amarilla se estira sobre la mía y siento un calor extraño, no existe la súplica, solo el calor que me acoge, sin palabras se arroja sobre mi cuello y me da el abrazo mas desgarrador del universo. No había necesidad, dentro de mi sabía que no me iría, soy tan cobarde que ni siquiera puedo huir de mis propias penas.
No sé lo que vendrá pues soy escéptico de mi conducta futura. A veces es como si no necesitase a nadie, a veces es como si no pudiese vivir sin ella.