Acusado de traicionar a tu hermano convirtiéndolo en tu peor enemigo, vagarás perdido en el silencio de la mentira. Tu traición nadie la perdona, ni siquiera tu mismo, por eso aceptas y te resignas frente a tu miserable destino. Ni cerrando los ojos puedes quitar la imagen de tu mente, ni en silencio enmudeces tu pensamiento pues tu traición apocó tu razonamiento y estás lerdo y sin sentido.
Nunca acabará tu tortura y eso es lo mejor, tu martirio será eterno, pues cuando mueras todos te recordarán por traidor y serás el primer muerto malo, la gente deseará que los gusanos acaben con tu cuerpo y todo el mundo te pondrá al nivel del Iscariote. Tu solo nombre generará repugnancia y serás maldito pues tu hermano será enaltecido. Y mientras mas venerado sea tu hermano, mas repudiado serás tú y tu nombre.
Lástima que la muerte te llegue de golpe, que tu condena haya sido desaparecer súbitamente y que tal castigo no deje satisfecho el sentimiento de venganza. Sinceramente, la tortura hubiese calzado mejor frente a esta situación, el sufrimiento lento, al compás de los gritos de dolor, acompañado de lágrimas que dudosamente serían de arrepentimiento pero que aquietarían el torrente de almas vengativas.
No vale la pena relatar tu traición pero ni creas que pasará al olvido, de boca en boca pasará el odio, de oreja a oreja todos escucharán tu pérfida historia y te jusgarán con tal dureza que nadie será capaz de mostrar compasión.
Finalmente, confieso que te odio y siempre te odié, incluso mucho antes del acto repulsivo con el cual me sentí complacido pues serviría para justificar mi odio. Hoy te sigo odiando y aunque hayas muerto nunca seré indiferente a tu historia pues eres totalmente detestable.