Muchas veces he visto pasar la desdicha frente a mi. Acorralado frente a la realidad absoluta y perplejo alrededor de la tristeza como en un concierto de tropiezos interminables que se vuelven insoportablemente ruidosos y que debo soportar como un ratón en una jaula del laboratorio.
Cada queja, cada lamento envuelve mi mente con un temor inexplicable pues las situaciones son ajenas, los personajes que sufren son desconocidos y dentro del tenso momento aparece la irrevocable decisión de huir pero finalmente el cuerpo no responde, la mente intenta escapar pero la masa no se mueve, está como inerte frente a la sufrida sinfonía.
Después de todo el sufrimiento ajeno mi alma está absorta pero no de rodillas, pues cada llanto escuchado se olvida, las lágrimas y todo el dolor son pasajeros, no hay nada que perdure, menos aun para un extraño sin sentimientos, con el alma endurecida por la soledad y el tiempo que atrapado surge cada noche frente a un libro de palabras inconexas.