El viaje auténtico es el que te lleva al recuerdo crudo que estaba olvidado, ese momento oscuro que, en un rincón de tu mente, esperaba tus pasos temblorosos y asustados. La travesía incontenible es seguida por la vorágine de imágenes, que como fotografías de un álbum viejo, pasan una tras otra, en desorden o en un caos insostenible que te obliga a cerrar los ojos para olvidar aquello que ya lo estaba.
No hay fin, solo un movimiento elíptico que te lleva de aquí para allá, que te obliga a ir y venir, que intenta encontrar el desconcierto en tus ojos, que nuevamente se abren obligados por las lágrimas del pasado, que piensan a cada instante en ti, en lo mucho que te extraño, en todos los recuerdos que he olvidado y que en el viaje vienen y se van.
Apartado y desolado, contrito y buscando un rincón con la mirada, un lugar para no sentirse ajeno pues el pasado muestra a otro en su lugar, que es él mismo pero en otro tiempo, con otra mente y un cuerpo perfecto y no abusado por el tiempo y por la vida. Se asoma y se arrincona detrás del recuerdo perdido, en el que se encuentran abrazados frente al mar delicado de la tarde silenciosa y lejana. El recuerdo lo cubre, lo absorbe y ahí está él, como un espectador que camina y pasa frente a su propio recuerdo. De reojo se fija en sus manos, pequeñas y blancas, pero sigue su camino y nuevamente se encuentra en el rincón de su mente.
La vida le pasa por encima como una ola, su vida le pasa por encima como la ola que trajo la vida, la vida es enorme, su vida minúscula e insignificante. Pero pasa. Pasa y vive.
Al final del viaje, el retorno se hace impreciso, descubre la rutina y coinciden en el sendero, se acompañan, no hay sobresaltos, todo es sosiego, sin embargo sabe que el camino acabará cuando nuevamente la vea pasar de casualidad e ingrese al viaje eterno de los sueños ideales.