Entre los claustros de la vieja casona el aire sonaba como un silbido seco y lejano. No hay ningún lugar tan apacible ni tan obsoleto, parece en blanco y negro, abandonado, no es lúgubre, sino mas bien triste, como dejado a propósito, como excluido de los días felices.
El patio es seco, de tierra, con hojas pero son árbol, sin piedras, liso y casi parece una mancha marrón sino fuera por el pequeño subeybaja que está al centro y que luce oxidado, con dos llantas viejas como soporte y con asientos de madera sin pintura. No hay rejas, tal vez las hubo en alguna época, pero hoy no están, hoy solo es un pedazo de tierra que azota la vista y remece la memoria atascándola en el pasado.