jueves, 28 de agosto de 2014

Fiebre

Afiebrado y casi inconsciente divago en pensamientos que caen como las hojas en otoño, casi tan naturalmente como el rocío de un acantilado abandonado, casi tan naturalmente como las lágrimas de una madre que espera a un hijo que se fue a la guerra.

El dolor es impecable, casi palpable al contacto de tus manos, observable por tus ojos inquietos de preocupación sincera. Tu voz no llega. No alcanzan tus palabras el horizonte del enfermo que muere con un hervor infernal, como si fuese pecador, como si fuese fariseo, como el sepulcro blanqueado que nunca pudo ser pues lo mas sincero que tuvo fue su duda impertérrita por sobre todas sus cosas.

Tumbado y triste seguirá soportando estoicamente el dolor que la vida le ha impuesto casi como un regalo bondadoso, como una ofrenda para el dios del que siempre dudó. Nunca pensó en la venganza, nunca pensó que su dolor fuese un ensañamiento de alguien o de algo, siempre supo que eso le tocaba como el boleto ganador de la lotería mayor está destinado para el que muestra la mejor cara de sorpresa.