Se escucha una voz que susurra al oído un mensaje indescifrable, al parecer encriptado en un idioma extinto, un lenguaje suave, lleno de vocales y poco nutrido de consonantes. Llega al oído como la duda temblorosa que huye de la desolación. Una duda que exalta aun mas el tormento del pueblo, que conmina a los sacerdotes a ofrecer mas sacrificios y que alimenta el miedo en los creyentes que son consumidos por la intriga sobre el futuro que aun es incierto.
La gente corre y lleva el mensaje de oreja a oreja y cada vez se vuelve mas indescifrable pero va tomando palabras del idioma del pueblo. Alborotados, todos, caminan pensando -qué será el futuro- navegan en sus pensamientos teniendo como barco el extraño mensaje que ahora es un rumor cercano, un rumor que ya todos han oído y que reparten una y otra vez con aquel que está mas cerca y dispuesto a escuchar nuevas noticias sobre aquel lejano susurro oído nadie sabe donde.
Los religiosos exageran mas, sus gestos preocupan hasta al mas incrédulo, rezan, y voltean los ojos para no ofender ni desobedecer el mensaje que ahora es divino, entregado por los dioses en su lenguaje y transformado por ellos, interpretado por los sacerdotes, hombres elegidos por una misteriosa fuerza no se sabe si interna o externa, pero ellos son los designados para interpretar a dios y sus mensajes.
A un lado y alejado de cualquier contacto con el designio divino, camina el despreocupado, feliz pues es un día caluroso y la brisa rosa sus mejillas. Come una jugosa manzana y disfruta el sabor de su propio trabajo ya que acaba de cosechar lo que con tanto esfuerzo sembró, venció a la lluvia que casi arruina su siembra, al calor que casi ahoga sus plantas y al frío que casi quema los frutos. Ante todo esto el sabio despreocupado sabía que es natural esforzarse ante las adversidades pues así los frutos serán mas sabrosos.
La mayoría siempre perderá el tiempo prestándose atención a cosas ajenas a su realidad tratando de hacerlas parte de su vida para encontrarle un sentido, encontrar cosas que inconscientemente se temen para vivir pegados y tener un límite en sus propios actos, resignarse a las reglas impuestas de manera arbitraria y razonar las cosas mas simples de la vida. Pocos son los que anidan en su alma la pureza de la libertad de hacer lo que es necesario hacer y no lo que se debe hacer.