miércoles, 4 de septiembre de 2013

Kassandra

Kassandra es una artista. Pinta con una sensibilidad increible, me ha mostrado sus creaciones con un entusiasmo enternecedor, paisajes al óleo, animales salvajes, rostros de expresión indefinible, monas lisas peruanas y una infinidad de colores combinados con pasión y esfuerzo.

Kassandra tiene todo lo que le gusta en una mujer a David y lo sabe. Esa mirada desconcertante y distraida, las manos finas y blancas, casi transparentes pues puede contar el número de venas que corren por cada dedo y la piel lisa y tan pálida que da la impresión que una enfermedad está acabando con ella.

Pero sin lugar a dudas, lo que mas le gusta a David, es la genuina extravagancia de Kassandra, esa indiferencia ante las normas sociales y el insolente desacato a la formalidad que es a la vez y en algunos casos, chocante para David, no por falta de respeto sino por la sorpresa que le genera.

Es del oriente, de verdaderos ancestros japoneses, de actitud taciturna y a veces contrariada por alguna nimiedad. Camina de aquí para alla con pasos cortos y mirando al piso, pero cuando pinta su mirada es infinita, perdida y sus manos se convierten en armas que desolan las almas inquietas.

Se ha rapado la mitad de la cabeza y la otra tiene el pelo hirsuto, en puntas pero con una caida suave y dócil. Tiene ojos pequeños y oscuros, casi negros, las mejillas blancas y la nariz pequeña y redonda. La frente se le arruga de vez en cuando y los labios nunca se los pinta pero el rosado de su boca es de catálogo.

El otro día le enseñó a David un texto que lo dejó perplejo, no por el mensaje sino por la calidad y el orden de las palabras que en ese papel había, era una prosa pequeña pero infinitamente tierna y con palabras tan precisas que le dio verguenza, a David, mostrarle la última página de su blog, no había duda que Kassandra era la mujer que siempre soñó que llegaría, la mujer con la que podía conversar horas y horas sin saber que pasaron solo minutos. David sabe eso, Kassandra no, pero debe saberlo.