Tras los pasos perdidos y oscuros de mi interior, oculto a simple y a compleja vista, nadie ve lo que realmente soy. Inútilmente he buscado complicidad intelectual, en vano mostré una cara del prisma escondido de lo que soy pues notoriamente estamos en diferente sintonía que por mas que anotamos la frecuencia, los paraderos de la vida bifurcan los sentidos.
A donde voy dejo el rastro de lo que soy, una señal confusa de palabras inconexas que atraviesan el tiempo y que sin duda solo yo entenderé en el caso de volver por ese camino nefasto, es difícil aceptarlo pero siempre vuelvo a la misma soledad, al vacío interior que siempre me ha acompañado, al exánime pensamiento de caer sin tocar fondo.
Todo acaba. Ludicamente se alejan los pajarillos que volaban sobre tu cabeza y que yo había liberado para que te hagan sonreír. Esa sonrisa que dispuso y reordenó mi maquiavélica rutina del pretensioso antisentimental y frío.
Todo empieza nuevamente y mis pasos se recogen pues el recorrido me lo sé de memoria. Medito, acaso sosegado porque ya se lo que debo hacer, acaso intranquilo por darme cuenta de que el destino ya lo conocí en la baraja de una anciana que leyó mi suerte sin permiso.