Había pasado toda la noche escribiendo el cuento perfecto, la mejor historia extraída de su mente soñadora, el mejor texto con palabras que cubrían cicatrices de su pasado. Había colocado letra por letra en su viejo teclado y al fin estaba satisfecha y feliz. Con una sonrisa en el rostro llevó las hojas a su maestro, pues precisamente él le había encargado escribir un texto único.
De camino pensaba que pudo darle algunos toques mas al texto pero concluyó que sería oneroso, retrechero, muy extenso también. Al ver a su maestro sus ojos brillaban, tenía una profunda admiración, un amor chispeante, unas ganas de abrazarlo y conversar toda la vida de libros. Frente al él y con el aula vacía se dio cuenta que ambos habían llegado temprano, le entregó el texto sin demora y el maestro leyó mientras otras personas entraban a la sala de clases.
Mientras su maestro leía aquel texto su emoción crecía mas, sentada en su carpeta esperaba las palabras de su maestro, mientras las personas estaban preocupadas en sus cosas, el maestro terminó la lectura y ella lo miró...
Si sintió brutal, golpeada, apartada, sin importancia para el maestro, su texto doblado, apartado mientras todos los presentes seguían con sus cosas, ella por orgullo, lo miró en silencio, sin preguntar nada, pues el maestro desdeñó su esfuerzo, tiró al tacho su tiempo, era claro que se avergonzaba del talento de su estudiante, de sus palabras acomodadas para él, de sus golpeados sentimientos.
Alma, tomó sus hojas y salió del salón, busco un lugar vacío y se puso a leer lo que había escrito, en silencio, con su voz interior bajita para hacer menos ruido en su mente, de pronto ingresó otro profesor, que para Alma no tenía la importancia de su maestro, le pidió las hojas y leyó.
Aquel maestro olvidado, le dirigió las palabras mas conmovedoras que ella había escuchado en su vida. Con el único interés de haber encontrado un talento en ella.
Alma fingió estar bien, fingió que nada había pasado y siguió asistiendo a la clase de su maestro pero aquel día se dio cuenta de dos cosas:
Uno, estaba enamorada, profundamente enamorada de su maestro, dolorosamente enamorada, estaba claro, nadie en ese momento podía haberla hecho sentir así de feliz y triste a la vez.
Dos: tenía que apartarse, lentamente, con sigilo, volver a ser un espíritu libre, cambiar y aprender nuevamente una lección que antes ya recibió, nunca dejarse gobernar por el corazón.
Alma entendió, el valor que te dan determina el dolor que te causan, aprendió a las malas, quien es, y quien no, quien debe ser y quien no, pues finalmente todo lo que la hacen sentir explotará en el rostro de quien no valora a quien tiene a lado.
Pobre Alma, que debe regresar a buscar la soledad en medio de tanta gente.