Como no ocurría hace mucho tiempo y en medio de realidades disolutas, sentí tu aflicción. Pude regresar a la certeza de saber lo que sientes, pensaste mi nombre como antes, en silencio, a escondidas, incluso de tu corazón. Regresé a ser tu amigo y pude consolarte en tus momentos de zozobra, justo ahora que el dolor te atormenta reaparecí de la nada, como siempre.
Tu brazo me rodeó, vi tus manos blancas, todo era extraño, ni yo entendía que pasaba y dentro del sueño pensaba que, ciertamente, todo era un sueño. Abri los ojos en la oscuridad y volví a cerrarlos porque sentí tus dedos en mi espalda y empezamos a caminar por el parque de nuestras vidas.
Caminé junto a ti por un momento y pude ver tu sonrisa de antaño, de reojo pude sumergirme nuevamente en tu alma, pero no te miré de frente, tenía miedo, de que te vayas como lo has hecho y como lo hiciste porque luego de ver tus ojos todo acabó, desperté y volví a dormir sin soñar.
Antes de diluirte me dijiste algo: "te esperé y no llegaste". Te esperé y no llegaste, te esperé y no llegaste. Grabé la frase en sueños y hoy despierto recuerdo hasta el tono de tu voz al pronunciarla. El movimiento de tus labios cuando la dijiste me hizo recobrar las ansias por ti. Vanamente miré el horizonte para esperar a que no llegues.
Lamento tu aflicción, la siento, no me corresponde, pero comparto tu dolor, lo hago en silencio, te apoyo en secreto en este momento dificil. Sé que no lo necesitas y tal vez despreciarías mi sacrificio ausente y voluntario, pues el dolor es pasajero, además traerá consigo tu felicidad, tu amor y tus prosaicos pensamientos que cada vez se alejarán de mi.
Regocíjate en tu suplicio, carpe diem, aunque, en mi sueño, no pude ver ni sentir, entiendo que eres feliz y ojalá tengas siempre los brazos abiertos de quien te acompaña. Ten orgullo del producto del dolor que hoy te aqueja, pues luego, cuando todo haya pasado, el cariño que sentirás solo será comparable a la felicidad que te imparte ese pequeño rostro arrugado y rosado.
Fue grato sentir tu mano en mi espalda, como en años idos, sentír fiebre para ser tocado por una mano fría o sentir la calidez cuando el frío invade todo. El tacto fue real, superó cualquier sueño anterior, tanto asi, que me llevó a escribir esto, pues a pesar de la sonrisa y tu cálido brazo rodeádome, sentí dolor, un dolor que, físico, mental o espiritual, te secuestra y me secuestra en las noches mas inesperadas.
Años pasaron desde que no sucedía, la última vez fue, precisamente, cuando nos despedimos. Aquella vez fue todo tan real, era como ver el futuro en sueños, como Josué con las vacas flacas y gordas, como Jeremias y sus profesías, como ayer.