jueves, 18 de enero de 2018

Castillo de naipes

Escrito en sánscrito, oculto en ámbar, atrapado en roca. Ha realizado los mayores esfuerzos en tratar de descubrir a un hombre capaz de amar, a un ser lleno de emociones que navegan una tras otra en el océano absurdo de la sinceridad. Un individuo que no es y que por mas intentos que haga, no logrará ser nunca.

Divaga entre la duda de ser o no ser, de entregar o desestimar, de disfrutar o comprometerse. El hombre que no quiere amar no busca la felicidad, busca su sosiego, busca la estupidez de lo absurdo, encuentra un espejo, inerme, absorto, vacío, culpable de lo que le pasa.

Cuando encuentra una imagen del suceso en su cabeza, volará a posarse en otra rama, huirá casi con desprecio aparente pero desgarrado por dentro, destruido por la debilidad que ha construido en su ser. Ahora no hay mas camino que el abismo, ninguna vereda, solo una vía que lleva a su muerte, ¿pero saben una cosa? - el hombre que no ama va silbando la tonada alegre de una canción irrepetible cuya melodía solo suena en su cabeza pero que es la mejor canción para la muerte que lo espera al final del camino.

Asimila su destino con estoicismo y rara vez sonríe, solo observa como se va diluyendo entre risas de su alma que le había advertido precisamente de estas consecuencias. Definitivamente su carácter esta torcido por los nobles sentimientos que acarició casi con miedo pero que se incrustaron como espinas despreciando su dolor. ¿alguna vez algo de todo aquello fue verdad? se pregunta mientras silba la tonada alegremente. Sabe la respuesta pero le da miedo pensarla, le cunde el pánico cuando los recuerdos sustituyen los conceptos de su mente, reniega del tiempo desperdiciado caminando en una sola vía a pesar de su alegre silbido.

¡La canción! al fin recuerda, es una extensión de su vida, precaria y obtusa, carente de cimientos, un castillo de naipes, de inacabables pisos que se van formando año tras año, mes por mes, día tras día. una maraña de situaciones construidas sobre una delgada plataforma que se hace mas delgada conforme al peso que le agregan y sobre todo, una distancia que a pesar de la inmensidad, se hace mas lejana con las palabras perdidas entre los árboles que no dejan ver sus ojos claros.

Lo absurdo es que a pesar de estar de camino al calvario, los naipes no se caen, resisten, oblongos, blandengues, mientras el silba su tonada, su réquiem trastocado en una melodía inacabable y disparatada.