viernes, 1 de junio de 2018

Todo tiene su tiempo.

Cuantas veces pasé frente a ti, por tu costado, rocé tus brazos, tropecé contigo, nos miramos y seguimos nuestros caminos. Cuantas veces estuvimos en el mismo comedor, almorzando juntos sin conocernos y pasando desapercibidos el uno del otro, en la misma mesa tal vez o en la misma cola esperando que la vida pase.

Cuantas veces hemos pasado por la biblioteca y cruzamos miradas en las veredas de toda la universidad, cuantas veces tropezamos sin querer en las fotocopias o en el ingreso principal sin saber que años después nuestros caminos se encontrarían, nuestros destinos se cruzarían, nuestras miradas se detendrían a mirar fijamente eso que otros no vieron.

Lo que yo veo en ti ahora, no lo hubiese visto hace seis años en la universidad y si te hubiese conocido ahí tal vez hasta ni siquiera estaría yo escribiendo esto ahora. Pues eres lo que el tiempo, los años y las experiencias hicieron de ti y precisamente eso es lo que me atrajo.

Eres el amor que tuviste, que diste, que te correspondió y que luego se fue, el amor que luego se transformó en odio, en decepción, en desidia. Eres el odio que no encontró desfogue, la cólera, la ternura, la desesperación que sentiste alguna vez, la tristeza, el rencor que poco a poco se va, la pasión que entregas y el dolor que aun no sientes.

Eres todo eso que viviste en tus cortos años, todo eso hizo de ti lo que eres y de lo que yo me enamoré, ni mas ni menos, lo preciso, lo vivido y lo no vivido. Yo quiero todo eso, pues la vida te moldeó perfecta para mi. Lo nuestro es otra historia que se escribe y que te está enseñando, sin darte cuenta, algo que descubrirás mas adelante.