domingo, 26 de enero de 2020

Un jueves que no te vi y no era martes


Me levante con la esperanza de que el timbre del teléfono sonaría, pensé que no iba a esperar mucho tiempo, ya la noche anterior me había acostado algo desesperado, recuerdo que solo alcance el sueño a las 3 horas de haber estado pensando en que podría hacer o decir cuando me llames.

Los ojos se me abrieron increíblemente rápido y el agua estaba aun fría para el primer contacto pero aun así la humedad del baño me cubrió entero. Sinceramente esperé a que prácticamente mi madre me echara de la casa, porque según yo, iba a estudiar, pero el maldito teléfono nunca sonó, en ese momento ya pensaba en qué podrías estar haciendo. De repente te olvidaste que te dije que me llamaras o de repente no quisiste hacerlo, pero alguna razón debiste tener.

No sabía a donde dirigirme, pensé que al bajar las cuadras que me separan del paradero te podría ver pero me eché para atrás, ahora era yo el que no quería verte, sabia que te iba a encontrar ahí pero no quise aceptarlo, además me pondría tan nervioso que no sabría ni que decir, como el otro día en el que te encontré en el messenger, mis manos temblaron y mi frente comenzó a sudar casi grandes gotas, no sabia que hacer y para mi buena suerte te desconectaste.

Al estar en el paradero veía los carros pasar y no sabía el rumbo de mi día, no quería verte pero curiosamente fui al lugar en el que mas veces te he visto, en el que mas veces te he querido, al lugar en donde mas veces te he sentido mía, aunque solo por unas horas, pero al fin mía.

Llegué al parque y con su respectivo cigarrillo observé la soledad en sus bancas, sus verdes pastos sin el vigor de las mascotas y el sol a medio asomar que le daba una imagen mas lúgubre.
Recorrí casi todas las veredas de aquel parque nuestro donde cada encuentro furtivo afloraba y escondía caricias y besos mutuos, mimos y deudas que pague con gran alegría, al fin el sol empezó a calentar, el mar absorbía los rayos solares y parecía excitado, con grandes olas que los surfistas, que nunca faltan, aprovechaban. Me sentí solo.

Me sentí realmente solo y hasta para contrarrestar mi soledad me senté junto a un viejo que revisaba unos documentos, cordialmente lo saludé, también me senté, abatido por la avalancha de pensamientos sobre ti, era muy temprano para llamarte y también creí que era martes, pero no, era jueves, aun así hubiera preferido que sea martes, no quería sentirme bien, es raro, pero quería sentirme mal.

Te invoque y hasta pensé que me escuchabas, como señal de que visite nuestro parque, te deje mis sentimientos entre maderos viejos que testificarían nuestra manera de querernos entre ex arboles que resisten miles de encuentros como los nuestros. No se si algún día seas digna de leer mis sentimientos, no quiero decir que eres ruin, todo lo contrario, me gustaría no tenerte en un pedestal que yo te compré con mis deseos, esa corona de piedras que yo te puse sobre la cabeza, ese título de nobleza que me obliga a obedecer hasta en las cosas menos imaginadas.

Una palabra tuya bastará para que las estrellas bajen a tus pies, gracias a mi fuerte brazo de caballero andante. Mi fiel escudero observa y se envuelve entre el viento y la arena.
Como manda la orden de caballería, me debo a ti, me debo a cada palabra que pronuncies. Te escribí versos espontáneos.


Este texto te pertenece Marcela, Verónica, princesa de piedras o como quieras recordarte, lo copié de un cuaderno viejo de innumerables páginas, me daba mucha verguenza, en ese tiempo, desnudar lo que sentía por nuestra situación. Y es una de las tantas veces que fui a nuestro lugar, solo, a pensar en ti, a recordarte, como lo hago ahora, lo absurdo es que han pasado tantos años, pero cuando leo los textos, es como si hubiesen pasado ayer o como si el tiempo se hubiese detenido un jueves que debíamos vernos y no nos encontramos.