Me levante con la
esperanza de que el timbre del teléfono sonaría, pensé que no iba a esperar
mucho tiempo, ya la noche anterior me había acostado algo desesperado, recuerdo
que solo alcance el sueño a las 3 horas de haber estado pensando en que podría
hacer o decir cuando me llames.
Los ojos se me
abrieron increíblemente rápido y el agua estaba aun fría para el primer
contacto pero aun así la humedad del baño me cubrió entero. Sinceramente esperé
a que prácticamente mi madre me echara de la casa, porque según yo, iba a
estudiar, pero el maldito teléfono nunca sonó, en ese momento ya pensaba en
qué podrías estar haciendo. De repente te olvidaste que te dije que me llamaras
o de repente no quisiste hacerlo, pero alguna razón debiste tener.
No sabía a donde
dirigirme, pensé que al bajar las cuadras que me separan del paradero te podría
ver pero me eché para atrás, ahora era yo el que no quería verte, sabia que te
iba a encontrar ahí pero no quise aceptarlo, además me pondría tan nervioso que
no sabría ni que decir, como el otro día en el que te encontré en el messenger,
mis manos temblaron y mi frente comenzó a sudar casi grandes gotas, no sabia
que hacer y para mi buena suerte te desconectaste.
Al estar en el
paradero veía los carros pasar y no sabía el rumbo de mi día, no quería verte
pero curiosamente fui al lugar en el que mas veces te he visto, en el que mas veces te he querido, al lugar en
donde mas veces te he sentido mía, aunque solo por unas horas, pero al fin mía.
Llegué al parque
y con su respectivo cigarrillo observé la soledad en sus bancas, sus verdes
pastos sin el vigor de las mascotas y el sol a medio asomar que le daba una
imagen mas lúgubre.
Recorrí casi
todas las veredas de aquel parque nuestro donde cada encuentro furtivo afloraba
y escondía caricias y besos mutuos, mimos y deudas que pague con gran alegría,
al fin el sol empezó a calentar, el mar absorbía los rayos solares y parecía
excitado, con grandes olas que los surfistas, que nunca faltan, aprovechaban. Me
sentí solo.
Me sentí
realmente solo y hasta para contrarrestar mi soledad me senté junto a un viejo
que revisaba unos documentos, cordialmente lo saludé, también me senté, abatido
por la avalancha de pensamientos sobre ti, era muy temprano para llamarte y
también creí que era martes, pero no, era jueves, aun así hubiera preferido que
sea martes, no quería sentirme bien, es raro, pero quería sentirme mal.
Te invoque y
hasta pensé que me escuchabas, como señal de que visite nuestro parque, te deje
mis sentimientos entre maderos viejos que testificarían nuestra manera de
querernos entre ex arboles que resisten miles de encuentros como los nuestros.
No se si algún día seas digna de leer mis sentimientos, no quiero decir que
eres ruin, todo lo contrario, me gustaría no tenerte en un pedestal que yo te
compré con mis deseos, esa corona de piedras que yo te puse sobre la cabeza,
ese título de nobleza que me obliga a obedecer hasta en las cosas menos
imaginadas.
Una palabra tuya
bastará para que las estrellas bajen a tus pies, gracias a mi fuerte brazo de
caballero andante. Mi fiel escudero observa y se envuelve entre el viento y la
arena.
Como manda la
orden de caballería, me debo a ti, me debo a cada palabra que pronuncies. Te
escribí versos espontáneos.
Este texto te pertenece Marcela, Verónica, princesa de piedras o como quieras recordarte, lo copié de un cuaderno viejo de innumerables páginas, me daba mucha verguenza, en ese tiempo, desnudar lo que sentía por nuestra situación. Y es una de las tantas veces que fui a nuestro lugar, solo, a pensar en ti, a recordarte, como lo hago ahora, lo absurdo es que han pasado tantos años, pero cuando leo los textos, es como si hubiesen pasado ayer o como si el tiempo se hubiese detenido un jueves que debíamos vernos y no nos encontramos.