Ni siquiera a
tientas. Todo es oscuridad, absoluta, inerme, oceánica, aplastante. Como dormir
todos los días, como morir todas las horas, como vivir en un extenso y desolado
campo negro por todos lados. Esas son sus noches, las noches en las que lo
envuelve el silencio de la gente dormida, las noches en donde los amantes descansan
y los solitarios dormitan.
El ciego siente
los sonidos, no escucha, leyeron bien, siente. Siente los ruidos de la calle,
el maullar de un gato, el motor de un auto antes de arrancar, las voces en
conversaciones fútiles, pero lo más importante, siente la mentira en la voz de
las personas.
Siente la mentira
y calla. Siente la mentira y ama. Siente la mentira y tiembla porque sabe lo
que eso significa. El ciego escucha el temblor de las respuestas, el ciego se
percata del delicado tono de las voces traidoras y aun así insiste en mostrar
una cálida sonrisa o una amable palabra.
El ciego, es
ciego pero no tonto, advierte las patrañas pues a lo largo de su vida hizo uso
de incontables mentiras que lo sumieron en el nirvana, además entiende que
normalmente la gente siempre miente, oculta, reserva para sí mismo, lo que
nadie debe saber.
Sin embargo, la
sonrisa de su rostro se borra cuando advierte que hay más mentiras detrás de la
mentira descubierta, cuando, él invita a la sinceridad y recibe patrañas
ocultas en palabras falsas. Nunca ha funcionado y lo sabe: invitar a las
personas a que sean sinceras, paradójicamente, mienten más, ocultan más y el
ciego no aprende aún a convivir con eso. Por eso calla, por eso enmudece y
vuelve al absoluto vacío de sus ojos, llenos de oscuridad, repletos de desolación.
Le duele, lo
siente, pero estoicamente mostrará siempre su sonrisa, la implacable sonrisa
que requiere una sociedad hipócrita y llena de prejuicios. Llena de gente que
oculta sus sentimientos, buenos o malos, en canciones, en frases, en fotos.
He aquí la
paradoja del ciego, escuchar las mentiras y callar, pedir y mostrar sinceridad
y recibir peores mentiras que siempre ocultarán algo que él conoce muy bien: el
camino a la soledad. Abuen entendedor, pocas palabras.