Fiorella tenía las manos toscas, uñas gruesas y dedos de hombre: gruesos y arrugados. Se sentó a mi lado a partir de tercero de secundaria, las carpetas del colegio las compartíamos entre cuatro y además de ella y yo, estaban Elisa y Luz. No me di cuenta cuando me enamoré de ella, pasabamos todo el tiempo del colegio juntos, en clase, en el recreo, a la salida, de camino a casa, curiosamente, Fiorella y yo vivíamos en la misma cuadra.
Todas las mañanas y por tres años, esperaba al salir temprano, mirando por la ventana, a que ella bajara para llegar juntos al colegio. Nunca hice evidente mi amor, ni a ella ni a nadie, ella estubo con dos chicos y me pedía consejo, yo le decía que no debía quedarse con ninguno y ella, al parecer, me hacía caso.
A pesar de lo enamorado que estaba, sabía que nunca se lo diría, sentía que ella nunca podría corresponderme (incluso hoy sigo pensando lo mismo). En cuarto año me confesó llorando que estaba enamorada de otro chico del salón y me pidió que la ayudase, lo hice solo para que no llore más.
Cuando la veía tomada de la mano con Felix, estaba tranquilo, hacían buena pareja y contrario a lo que sentía decidí también buscar enamorada. Estuve con una chiquilla menor que yo pero en el fondo pasé los últimos años de la secundaria enamorado de Fiorella.
Cuando acabó el colegio la dejé de ver hasta hace unos días que tocaron a mi puerta y era ella. Nos abrazamos y nuevamente cogí sus manos toscas, me miró sonriendo y conversamos largo sobre nuestras vidas. Mientras me contaba sobre su esposo, su auto nuevo, su trabajo y sobre su nueva vida lejos de nuestro barrio, sentí que todavía tenía quince años y que la vida me daba una nueva oportunidad de decirle todo, ella hablaba y yo la imaginaba con uniforme, reimos y recordamos lo bien que la pasamos juntos, se sorprendió cuando vio a mi hija (por el parecido) a fin de cuentas reinventé mi sentimiento que será eterno pues sus manos no cambiarán y tampoco le diré lo que desde tercero de secundaria siento por ella.