Ni las mentiras mas absurdas lograban arrancarle una expresión, estaba impenetrable y las palabras no las soltaba así por así. Frases cortas y hasta podría decirse que solo monosílabos componían su vocabulario. No era un interrogatorio, parecía un concurso de quien le sacaba mas palabras y si alguno recibía una respuesta debía sentirse orgulloso.
Su postura parecía la de un yogui, alguien con la mirada pasmada pero profunda, alguien que podía trascender y sacar a pasear su alma por cualquier lugar del infinito universo. Sentado en una silla de metal parecía apartado del mundo y solo regresaba cuando un monosílabo salía de su boca por una pregunta acertada.
La gente le inventaba hazañas y todo eso lo irritaba, pero no tanto como para ceder a la presión para dar a conocer su origen, que era lo que tanto intrigaba a los pasantes. Ante todo eso, el extraño miraba el vacío que se reflejaba en los ojos de los curiosos y preguntones y se fascinaba por universo que veía en cada ser humano y muy a su pesar se quedaba callado, pues nadie debía saber los oscuros hechos que lo habían llevado hacia donde estaba.
Cuando se aburrieron de su rostro absorto, continuaron con su vida, todos volvieron a sus ocupaciones, menos el extraño, él siguió sentado en la estación, mirando un mundo que ya lo había expectorado y que ya no le pertenecía pues no tenía historia ni personajes, solo monosílabos.