Hace varios años firmaba todos los textos que escribía como el Inefable Escritor Inédito, un personaje que tome del libro de Brice Echenique, Reo de Nocturnidad, no sé por qué lo elegí, pero me gustaba como sonaba pronunciar las tres palabras juntas, inefable (indescriptible) escritor (inventor de historias) inédito (que no es publicado).
Bajo ese seudónimo he escrito 389 textos de mas o menos una hoja de extensión. Escribía sobre lo que pensaba, sobre lo que me pasaba, sobre como en toda mi vida he tenido una dualidad indescifrable, una disonancia absurda, una duda eterna entre lo que soy y lo que quiero que los demás crean que soy. También escribí cartas, muchas cartas. Le escribía cartas a Jessika que nunca le entregaba, cartas a Verónica que tampoco entregaba, cartas a mi mismo que releía y releía, pues quería entender de donde me salía tanta palabra.
Lo que me sorprende hoy y da el motivo de este texto, es, que todos esos textos fueron escritos a mano, con lápiz o lapicero, en 3 cuadernos de espiral con hojas cuadriculadas de colores. De esos cuadernos he rescatado el cincuenta por ciento, pues se estropearon en la primera mudanza que hice cuando me casé.
No recuerdo cuando deje de utilizar ese seudónimo, pero le guardo mucho cariño pues nunca fui mas romántico, nunca llegué a lo cursi o a lo pastoso y meloso como a veces me siento, era un romántico capaz de enternecer a cualquier corazón frío.
Extraño al Inefable Escritor Inédito, al absurdo relator de textos no entregados, al taciturno contador de historias que en su mayoría nunca tenían fin.