Ayer soñé contigo, estábamos por Surquillo, caminando sin tomarnos de la mano, tú como siempre hermosísima, con un polito blanco que te regalé y una casaca celeste, jean azul y zapatillas blancas, tu cabello lacio y tu piel blanca, tus ojos grandes y tu sonrisa con hoyuelos. Cruzamos la vía expresa y por mi mente pasó que íbamos al parque frente al mar, pero ese pensamiento se diluyó porque mágicamente aparecimos sentados en un parque que no reconocí, tú estabas sentada en mis piernas y nos mirábamos como las primeras veces, sabía que tenía que decirte algo, algo que tengo guardado desde hace mucho y que nunca he tenido el valor de decirte. Te besé la mejilla y vi nuevamente esa sonrisa que me volvió loco, vi a la chica de la que me enamoré y por la que pude cambiar y renacer, me besaste en los labios y no cerré los ojos porque sabía que era un sueño y quería guardar cada detalle para después escribirlo. Tus labios fueron míos nuevamente, la gente pasaba, no nos importaba pues estábamos los dos juntos nuevamente, empezamos a reír, a recordar lo que nos juntó y a soñar nuevamente. En ese instante recordé lo que te tenía que decir: ¿Por qué te fuiste?
Nunca te había preguntado eso, ¿Por qué? Me miraste seria, con tristeza en los ojos y lentamente te alejaste. Nunca te he preguntado eso, ¿por qué? Por qué dejaste que todo acabara así. Por qué me dejaste sin ti, sin tus sonrisas, sin tu alegría, sin tus ojos oceánicos.
Han pasado mas de quince años, casi veinte ya y la verdad, ese momento en el que te fuiste del parque para ya no volver me destroza de vez en cuando, me envuelve en la vorágine del ¿que hubiera sido? me azota contra un muro de recuerdos imborrables e intemporales.
Me levanté y quise volver a dormir porque estaba seguro que esta vez si me responderías, pero por mas intentos que hice, no pude, el sueño se había ido para no volver, como tú te fuiste ese miércoles quince de octubre del dos mil tres, dejándome sin la capacidad de olvidar ese momento.