El grito ahogado del espanto no terminaba de escucharse, sus ojos representaban un poema terrorífico frente aquella escena. Su cuerpo inmóvil no obedecía a ningún estímulo, sus manos tensas ni se movían y el inquietante ruido apenas se apagaba.
Rodeado por desconocidos, curiosos que se detenían mas por su rostro que por la escena, mas por su expresión que por la tragedia, mas por su perplejidad que por la sangre. A pesar de todo, nadie hacia nada, todos miraban abortos la escena pero se espantaban mas con rostro asustado de la muchacha.
De súbito sus piernas se quebraron y sus rodillas rasparon el cemento. Sus manos hicieron puños y golpearon sus mejillas. Algunos trataron de levantarla pero ella agitó los brazos y empezó a mirar con odio a todos, no gritaba, ni lloraba, solo se sacudía y dirigía su mirada a los que la cogían.
Las luces parpadeaban y las personas ya no se detenían. La muchacha lloraba, sola, frente al cuerpo inerte que increíblemente era ella misma, ensangrentada yacía sobre el pavimento, un estropicio desquiciado de la mente.