Con la vida al límite, robándole un respiro al tiempo, navegando a la deriva y sin refugio, va camino a lo desconocido el discípulo de la verdad que ha destruido su pasado para reconocer en el presente lo triste de su realidad. Tiene todo lo que necesita y a la vez siente necesidad de algo, algo que está seguro vendrá solo.
En la acera del frente mira su reflejo que sale de las vitrinas de las tiendas, no le gusta lo que ve y sigue caminando, esquivando a la gente que va en sentido contrario, mostrando su peor sonrisa y guiado por el calor de un cuerpo que presiente cerca. Huele, husmea y casi se arrastra por la impronta, sin embargo, está lejos, el día, el año, la vida no le alcanzará para tocar lo místico.
De pronto se detiene, absorto, observa, toca y advierte una figura conocida, desnuda, fría, suave. La rodea, le guiña el ojo y se acerca lo mas que puede. Ella está inmovil, adyacente, desprotegida y su actitud invita a todo. Se tocan las manos y él pierde el sentido, extasiado y cerrando los ojos busca un punto de apoyo para asirse. Cuando lo logra, abre los ojos y su brazo la rodea, suspira y descansa.
Recuperado sigue su camino, olvidando lo que pasó pues porfía que volverá a suceder. Atrás, con sudor recorriendo su desnudez se encuentra nuevamente dispuesta, nuevamente suave, fría y adyacente, esperando la atención para la que se encuentra en ese lugar.