Caminando en la luna, bajo los efectos de alguna vacuna alucinógena o en medio de un tormentoso sueño que se hacía realidad. Despistado mirando hacia arriba y abajo, sin dirección a la vista y con prisa para llegar a algún lugar. Recoge botellas, hurga en la basura y se rasca la cabeza sucia.
Con zapatos de mugre y callos gigantes recorre las avenidas mas congestionas, camina al mediodía, entre carros repletos de gente que irá a almorzar. Los semáforos le parecen juguetes inalcanzables, ya perdió la esperanza de tener uno.
Poco a poco su piel se volvió negra, por el sol del verano y por el humo de los carros. Sus dientes amarillos y su cabello que se convirtió en una masa pesada. Confía que un día el peso del cabello será tanto que caerá con su cabeza y así morirá.
Ha dejado el miembro viril al aire, le facilita orinar en cualquier situación, hasta caminando. Además es mas fresco andar asi. El trasero si se lo tapa porque le da miedo que lo inquen con alguna aguja como lo hicieron cuando era niño. Ha olvidado el sexo, las erecciones no aparecen, les tiene miedo porque piensa que puede convertirse totalmente en piedra.
En ocaciones se queda mirando a un punto fijo y se ríe. Ríe porque le da risa que los demás lo miren viendo un punto fijo. Absortos los transeuntes se atemorizan de su risa. Cuando se aburre busca mas botellas para recoger, un día juntó tantas que no sabía donde guardarlas, las llevó a una iglesia y las monjas lo trataron con cariño. Desde ese día todas las botellas que recoge las lleva a la iglesia, las monjas le dan comida y el siempre lleva botellas de plástico.
Un día una monja le preguntó ¿Cómo te llamas? de pronto su mente empezó a funcionar y los recuerdos llegaron como una vorágine. Todo no tenía sentido, ahora estaba lucido, recuperó su nombre del olvido y tocó su cabeza pesada y mugrienta, miró a todos lados y sitió verguenza, se puso rojo pero nadie notó nada. Lo único que no recordó fue donde quedaba su casa, detuvo a todo transeunte para preguntar pero todos lo trataban de acuerdo a su facha, como loco. Triste, todos lo miraban absortos cuando no tenía conciencia y ahora que la recuperó nadie quería hacerle caso.
Así se pasó la vida, intentando convencer a la gente de que no era loco y que solo necesitaba saber donde vivía. Ni las monjas le hacían caso. Tuvo que seguir recogiendo botellas para que las monjas le den comida. Estaba lúcido, pero perdido, totalmente desorientado, no era mas un loco pero la gente lo seguía tratando como tal.