Dulcemente acaricia al gato, juega con sus orejas, con su cola y rasca su vientre. El gato la mira con curiosodad y después de un rato se va y la deja sola. En la sala, sentada en un sillón mira la puerta de madera esperando a que llegue su madre. La ventana cerrada no permite que pasé el viento, entonces su cabello no se ondula sobre su espalda, solo cae sobre el pecho que solo soporta los mechones negros, la culpa no está ahi, ni siquiera por dentro. No tiene culpa.
Tres golpes en la madera seca de la puerta, con paciencia, se levanta y abre despacio, mira y la mujer entra a la casa. Se saludan y una va a la cocina, la otra vuelve a la sala y se sienta en el mismo lugar. El gato maulla y raspa la puerta para que lo dejen entrar. Ninguna le hace caso y siguen en lo suyo.
Una tiene trece años y un rencor inmenso hacia la otra, que le cuadruplica la edad. La otra no sabe de rencores, ahora mismo prepara un jugo para ofrecerlo con mucho cariño. La licuadora interrumpe el silencio y al apagarse se escucha la voz cálida desde la cocina -¿Te sirvo un juguito?- No. Se sientan juntas en la sala y prenden la televisión.
El vaso esta en la mesita de noche, el gato rasguña nuevamente y la madre se para para abrir la puerta, camina dando pasos cortos. La niña saca del bolsillo de su casaca un polvo que disuleve en el vaso. La madre regresa y las noticias se ponen interesantes. El vaso sigue sobre la mesa y el remordimiento ataca a la niña pero resiste, La madre concentrada en las noticias no se imagina que la muerte esta frente a ella y ha tomado la forma de un vaso con jugo o tal vez la forma de niña veneno.
Los recuerdos la atacan, rodean su mente, las canciones de cuna, las caricias, pero también la atormentan, los dias solitarios, las negativas sobre donde estaba su padre y porque no tenía hermanos. Finalmente la vencen, coge el vaso y bebe con desición, todo de un solo trago. La madre la mira, se sorprende pero vuelve a la televisión. La niña sale de la sala y corre a su cuarto. Los dolores empiezan.
La madre regresó al trabajo, como todos los días, no se despidió. Salió apurada y cerró la puerta para que el gato no salga. En el cuarto, la niña veneno ya estaba muerta. El gato entró y se poso sobre ella, inerte hacía una hora, traicionada por su propio dolor, muerta por su misma mano y con todo el rencor dentro.