Cada vez que sale evita las calles congestionadas. Si ve que un conocido se acerca, lo sortea con un cambio de rumbo o el ingreso a una tienda. Si el encuentro con el conocido es inminente, finge una llamada al celular y solo le lanza una sonrisa hipócrita y levanta la otra mano. Va directo a donde tiene que ir y si ha salido es por obligación y como último recurso.
Si quiere fumar pide un cigarrillo y no cruza miradas con la vendedora para no tener una conversación, que es lo que mas detesta. Lleva siempre el pasaje justo y con sencillo para evitar contacto con el cobrador. Usa lentes negros de día y de noche para que no vean su mirada pues no que mira no es decoroso y lo que piensa sobre lo que mira lo mandaría al mismísimo infierno.
Tiene un goce. Cada mañana se sienta en su letrina y lee el periódico, lee y defeca, hace las dos cosas con placer, elimina y absorbe. Al leer se entera de todo lo que está a su alrededor, todo eso que detesta, buenas y malas noticias, las siente lejanas, ajenas y hasta casi divertidas.
Los días mas tristes son sus días mas felices. Las malas noticias son buenas y los malos augurios son buenos presagios en su mundo despreciable pero maravilloso para él. Vive con el temor a cuestas, como un jiba de auténtico dolor, un pesar que lo enmarroca y del cual es presa. Sin embargo sufre del síndrome de estocolmo y todo mal es bien.
El regreso es mas fácil. Con las ansias de llegar el camino se hace mas corto y disfruta del sueño solitario, del silencio de su mente, pues hasta en ella esta solo, su voz se calla dentro de la cabeza y hace las cosas de memoria. Evita los ruidos y no desperdicia sus palabras con ningún extraño.
De vez en cuanto y para confirmar que no se ha quedado mudo se atreve a orar sin creer en dios, ora en voz alta y escucha solo sus plegarias pues está convencido que dios no existe. Sin respuesta, ni ecos, ni devoción, los ruidos apagados terminan por embargarlo y es feliz.