Cuando me trajeron a este lugar era de noche. Mas o menos las ocho de la onche. La enfermera me revisó y luego me condujo a mi cuarto. Hoy me levantaron a las seis de la mañana, un enfermero se acercó y me explicó lo que podía y no podía hacer. No hablar de licor, no insultar, levantar la mano para hablar, no hacer bromas sobre la sexualidad de alguna persona y lo más importante, no quedarme sin hacer nada en el día.
Todos los días debo levantarme las seis. No es problema. El enfermero tardó una hora en explicarme las reglas y me dijo que regrese a mi cuarto y que espere ahí hasta que me presenten a los demás pacientes. Sentado sobre mi cama escuché ruidos de pasos, salí a la puerta y el enfermero llegaba con una mesita de noche, unos cuadernos, lapiceros y una pequeña lámpara. Por ahora son todas tus pèrtenencias, dijo. Me hizo una seña y salimos juntos al patio, un jardín extenso lleno de flores amarillas y fuxias. Revisé con la mirada todo al rededor y parecía una gran finca, no había mucho ruido y estaba a punto de preguntar el nombre del lugar cuando el enfermero me interrumpió diciendo -llegaremos a una reunión, te sentarás y escucharás, al final de la reunión te pedirán que te presentes- Al llegar a un pasadizo pequeño, el enfermero se despidió, no me preguntó mi nombre, ¿por qué habría de interesarle?
Abrí la puerta y frente a mi había un grupo de veinte desconocidos que me miraban, répidamente me senté y escuché lo que decía una señora vestida de blanco. Hablaba sobre la familia, algunos me miraban de reojo y escuché decir -el es nuevo- no me importó y seguí escuchando. -La familia es lo más preciado que uno tiene, debemos comportarnos como parte de ella y trabajar para su bienestar- que raro me sonaba todo eso. Las paredes eran altas y el techo gris, las ventanas grandes permitían el paso de la luz. No sé en que momento me hallé de pie y escuché -señor. lo estamos esperando-. De pronto sentí la sangré corriendo por mis venas y noté que esperaban mi presentación, todos me miraban y comentaban murmurando historias sobre mi llegada.
-Soy Floreano Soto Quispe, nací en huancavelica, en un pueblito que se llama Santiago de Chocorvos, tengo cinco hijos y una esposa, la cual me detesta. Estoy aquí por mi propia voluntad, quiero recuperar mi vida que estuvo entregada al alcohol por cuarenta años. No sé si lo lograré pero espero, al menos, que mis hijos me perdonen por todo el daño que les hice.
Me senté rápidamente y luego todos aplaudieron. Algunos volteaban a sonreirme otros seguían con sus murmuraciones. Al terminar la charla nos pidieron que salgamos al patio, un lugar extenso desde donde se puede ver el mar. Pensé que alguien se me acercaría pero nadie lo hizo. Solo caminé por todo el patio hasta llegar al hasta de una bandera, -Bienvenido, somos la comunidad, esperamos que te recuperes pronto y que sigas visitandonos cuando salgas, parece que tu caso no es grave pero si de cuidado- La voz me sonó ronca y tenebrosa, era un hombre de unos 55 años, me explicó que existen dos grupos entre los internos del pabellón de adicciones, uno se hace llamar la comunidad y son los que desean recuperarse y se ayudan entre ellos, los otros buscan el objeto de su adicción dentro del lugar al precio que sea, es como una mafia en la que hay incluidos enfermeros. La desición es simple, La Comunidad o la Mafia.