domingo, 4 de diciembre de 2011

La Rutina del Suicida Imaginario

Bajar del bus. Andar lento, soñando. Abrir la puerta para encontrar todo en su lugar. El cuarto de tres por tres ordenado pulcramente al estilo de las monjas. Sentarse en la única silla de junto a la mesa. Ver la soledad ataviada de periódicos amarillos ordenados alfabeticamente sobre un estante. Encontrar el vaso de agua a medio tomar dejado ayer antes de dormir.

Pensar en otras cosas mientras la televisión habla sobre actualidad. Recordar lo que olvidaste hacer en el trabajo y no arrepentirse pues tienes una nueva oportunidad mañana. Volver a la televisión e indignarse sobre los problemas que no te incumben. Observar la publicidad con tantas cosas que no deseas y desear otras tantas que no puedes tener. Pararte de la única silla para ir al baño de taza blanca, mirar el remolino de agua que se disuelve como el tiempo.

Volver frente al televisor para encontrar al comentarista despidiéndose. Mirar al reloj de pared colgado hace no sé qué tanto tiempo. Recordar que, el reloj,  fue lo único que encontró cuando se mudó al piso. Ver que son las diez pe eme y alegrarse pues es hora de la serie que te divierte. Reir con la presentación y compararla mentalmente con la versíon de la temporada pasada. Pensar en lo pasajero de su alegría y reir nuevamente pero esta vez de si mismo.

Pararse para relajar los músculos. Meter la mano al bolsillo izquierdo para sacar el primer cigarrillo. Agarrar con la derecha el encendedor y quedarse mirando la pequeña flama. Aspirar suavemente y notar que el rojo intenso es el mismo de siempre. Sentarse. Ver como se van las últimas carcajadas de su vientre. Apagar el televisor y prender el segundo cigarro. Observar detenidamente el humo que se disuelve como sus ideas sobre la vida.

Coger el cenicero y lavarlo. Recoger las colillas que cayeron al piso. Beber el agua del vaso colocado el día anterior en la mesa con la única silla del piso. Recostarse en la cama mirando al techo humedecido después del invierno. Pensar en lo hecho en el día y recapitular paso a paso las horas. Entristecer por la infinita soledad del cuarto y de su vida. Oír los últimos ruidos de la noche y encontrar que suenan igual todas las noches. Sentir lástima de si mismo.

Escuchar pasos fuera del cuarto y levantarse repentinamente al ver una sombra detrás de la puerta. Escuchar tres golpes en la puerta y preguntar quién es y a quién busca. No recibir respuesta y ver la sombra diluirse. Voltear y ver su cuerpo dormido sobre la cama. Asombrarse y acercarse a tocar su propio cuerpo. Notar que duerme y ver alrededor la patética soledad que consiguió. Darse cuenta que siente pena por si mismo prometiendo no volver a despertar y para ello el mismo velará su sueño asestando cuatro golpes de cuchillo a su propio cuerpo y con su propia fuerza. Dormir profundamente y para siempre.