El típico atuendo de los sábados, las mismas flores amarillas para su madre, y el fuerte olor a perfume barato son, sin duda, una señal de lo importante de la reunión. Astutamente lavó la camisa por la mañana para que el agua limpie sus uñas que siempre andan sucias. Susurraba el discurso para memorizarlo y no pasar la verguenza de no tener palabras que escupir.
Lo habían citado a las cinco de la tarde, era lunes, sorpresivamente, un día caluroso y está listo desde las tres, limpiándose las palmas de sudor en sus muslos, sentado frente al reloj, mirando por la ventana, imaginando paso a paso el futuro que le espera. Inquieto como nunca, pasa el pañuelo por la frente para secar el sudor mientras mentalmente maldice al sol de hoy.
A las cuatro de la tarde salió de la casa, en la vereda se detuvo para limpiar sus zapatos marrones que había convertido en negros con lo último que le quedaba de betún. Seguía susurrando de memoria y al pasar por el primer semáforo no reparó en la luz roja. Suerte. La avenida estaba vacía. Nada lo dentendría ya, el futuro deseado desde siempre se acercaba a cada paso que daba.
A lo lejos, el anfiteatro lo esperaba, el estrado y el podio tenían su nombre, un gran cartel colgaba en la entrada, bienvenido Wilson decía. En los primeros asientos estaba su madre, espererándolo, orgullosa, con su vestido negro, el mismo que había usado en el funeral de su esposo. Impaciente hacía lo que su hijo, limpiaba el sudor de sus manos en sus muslos.
Wilson dobló la esquina, y se encontró frente al anfiteatro, había dejado de susurrar media cuadra atrás, las flores amarillas estaban intactas, sus ex zapatos marrones brillaban y el traje no lucía ninguna mancha, ni siquiera el sudor seco en los muslos. Apuró el paso porque ya nadie estaba en la puerta, dio ligeros saltos y se encontró en la entrada.
Al verlo, la gente se puso de pie, el lugar no estaba lleno, algunos espacios vacío no se dejaban sentir por el estruendo de los aplausos, su madre lloraba, Wilson llegó al estrado y antes de subir le dio el ramo de flores amarillas a la mujer de su vida, volteó y se colocó frente al podio. Los susurros habían desaparecido y empezó a hablar, parafraseó a Camus, escupió verbos, la gente lo escuchaba atentamente, no olvidó nada, recordó a los pobres, maldijo a los gobernantes y criticó a los jueces. Los aplausos retumbaron el local, su madre lloraba, y él se emocionó profundamente.
Al día siguiente tenía cuatro hijos no reconocídos, dos amantes, estaba relacionado con el narcotráfico y hasta había sido acusado de abigeo. Aparecieron fotos donde estaba totalmente ebrio y orinando en la calle, se dijo que había estado preso y que tenía varios negocios fuera de la ciudad.
Bienvenido a la política Wilson.