sábado, 23 de enero de 2010

Epístola del Adiós inesperado y triste

Muchas veces he pensado en la muerte. No como un suceso extraño o lejano, he pensado que la muerte me acecha.

Cuando un amigo se va para siempre resulta fácil traer recuerdos a la mente. Bueno pues, un amigo mio ha muerto y he vuelto a pensar en aquellos tiempos de religión, de catequesis, de misas, de coros, de canciones y de Dios. No lo veía hace un par de años. Juan Carlos estaba allí cuando llegué a la iglesia y no sé cómo su frágil humanidad opacó mi precoz extravagancia. Cuando conversabamos era yo el débil.

Flacomán fue un hombre alegré, siempre lo vi con una sonrisa, más aun cuando charlábamos sobre pechos y traseros, que eran nuestros temas recurrentes. Era de los pocos hombres que me decían "Alvarito", compartimos momentos llenos de anécdotas que quedarán entre él y yo.

Juan Carlos, amigo, adiós. Lamento no haberte acompañado la última vez que me pediste ir a la casa de Toñín. Seguro la hubiésemos pasado bien. Lamento no encontrar las fotos de la catequesis. Lamento no haberlas buscado tanto como para encontrarlas. Pero estoy seguro que fuiste feliz y si la vida te permitió vivir los años que viviste fue porque así debio ser.

Adiós amigo. no quiero pecar de sentimentalista, mi despedida es triste pero a la vez alegre, tu me conociste así, entre risas, asi que entre risas me despido. Por tus convicciones religiosas sé que no nos encontraremos donde estás ahora, sin embargo deseo que lo que encontraste sea lo que esperabas.

Atte.
Alvarock