Bajo por una calle extraña y lo único que me queda es doblar a la derecha, una esquina fría y sin luz que me obliga a poner las manos en los bolsillos. Siento en mis manos el calor provocado por el nerviosismo de no encontrarte donde antes estuviste. No miro atrás porque los recuerdos me atrapan. Busco nuevamente la luz y llego a otra esquina iluminada por la tenue bombilla de una tienda. Al comprar los cigarros la anciana me pregunta si necesito fuego. ¿Obvio no?
Ahora camino y el humo se va tan rápido que no parece que llevo acabados seis cigarrillos. Los pasos van lentos como esperando que alguién me alcance. Nadie me toca el hombro y acelero el paso porque esta sensación me asusta.
Se me acabaron los cigarrillos y tu ya vienes en dirección contraria. Sin viento vienes abrigada por el invierno que te gusta porque trae la lluvia que inevitablemente caerá en tu rostro. Casi a cinco metros me ves y tras dos segundos bajas la mirada. Yo que te vi desde que salí a caminar busco tu mirada sin éxito.
Somos los únicos en la calle y al pasar por mi lado apresuras el paso. No te digo nada porque no me diste tiempo, mis manos sudan en mis bolsillos y volteo para llamarte. Los dos sabemos la verdad pero yo no me resigno, no somos extraños y siento que tu indiferencia me vomita con pasos largos. No digo nada y veo como te vas.
Es extraño verte de espaldas huir de esta incómoda situación. Es extraño verme parado sin poder pronunciar tu nombre bajo el invierno sin viento que trae la lluvia que te gusta. Te alejas y a varios metros corres sin detenerte. Si corro, no te alcanzo, además sé que volverás. Sigo mi camino pensando en nada pero aturdido por lo miserable de nuestra relación.
...
Años mas tarde entenderé que no volverás porque debí detenerte en ese momento.