Todos dicen -fue un hombre bueno- Todos saben también que no es cierto. Solo una mujer llora sinceramente y no es su madre. Esa mujer siempre estuvo oculta, esperando una migaja del amor que el nunca solía dar. Solo ella esperaba como un mendigo frente a la iglesia, como un polluelo la comida de la madre. Lo amó en silencio cuando estuvo vivo, ahora que ha muerto lo amará mas, con un amor perfecto pues no esperará aquellas migajas que él se negó a darle ignorándola cada vez que la veia.
La madre no llora. La madre esta confusa, solitaria y pensativa, mirando a la nada. Nunca supo que sentía su hijo, cuando era él niño, ella nunca sintió ese instinto maternal hacia él. Buscaba dentro de su corazón un poco de amor para darle pero solo hallaba pena, lástima y nostalgia. Ahora su hijo no está y ella sintió lo mismo, pena lastima y nostalgia.
No tiene padre.
La casa esta llena de gente que no lo conocía realmente, pues si lo hubiesen conocido no habrían asistido. Mujeres dan el pésame a la madre y traen obsequios. Los hombres se acercan y no encuentran a quién consolar pues la única que llora está apartada y parece invisible. Entonces la gente conversa entre si hasta perder la noción de su asistencia y empiezan a retirarse. De dos en dos salén y dejan el lugar vacío.
La madre despierta de sus idílicos pensamientos y observa a la mujer que llora. El ataud negro tiene la tapa abierta. La mujer sollozante se levanta y se acerca al ataud. Sabe que solo está la madre y no le importa que la oiga. Le habla, le dice: -Te amé, siempre esperé que me dieras un poco de amor. Todas las tardes te veia pasar, a donde ibas, yo iba. Sin ambargo tu te empeñabas en ignorarme. Lamento tu muerte pues ya no te veré mas y me quedaré con el recuerdo de la única vez que conversamos y te miré de frente. Adios - La madre se acercó y le dijo que tenía que irse. Mientras salía, la mujer paró de llorar y volteó hacia la madre, le dio dos bofetadas tan fuertes que hasta la mano le dolió. La madre en el piso solo veía como aquella mujer que lloró durante todo el funeral se iba con pasos lentos y tristes.
Pensó: -Me lo meresco. Tal vez ella sabía que nunca lo traté como a un hijo. Pero él también se merecía eso, pues era el recuerdo de su padre, el padré que ya no está por su culpa, el padre que no me amó como yo lo amé. Este ataúd se lleva el único recuerdo que me dejó ese hombre al cual amé tanto y que me abandonó apenas supo que yo estaba embarazada. Me meresco las dos bofetadas y mas porque fui mala madre, pero él también mereció la muerte que ahora le toca pues su presencia me alejó el amor de mi vida. Nunca más volví a verlo y eso me dejó vacía, incapaz de dar algún sentimiento diferente a la nostalgia. Me encerré en mi misma y él creció así, vacío y su vida fue así, vacía, incapaz de amar.
Al final, en el funeral, la madre entendió que todos eran culpables. Ella por no ser buena madre, el hijo por ser el recuerdo del amor perdido, la única mujer que lloraba en el funeral por no atreverse a proclamar su amor y la gente que asisitío al funeral por asistir a un lugar al que no debieron asistir.