miércoles, 29 de junio de 2011

La travesía del padre de la niña tullida camino a comprar comida china...

Escuchando un disco de Vilma Palma voy camino a diez minutos llenos de detalles inconclusos que van a formar parte de mi realidad. Verano traidor. Doy pasos de gigante porque debo regresar pronto a atender a mi hija tullida, incapaz de sobrevivir sin su padre. La lluvia no se detiene y cae incesante mojando hasta mis pensamientos. Por la vereda del colegio bajo la primera cuadra y espero que un carro cruce antes que yo. Paso a paso, gota a gota, cabilo ideas que nunca saldrán de mi mente.

Doblo la esquina y la señora que me vende los cigarros en las noches de angustia busca entre la basura botellas de plástico que luego venderá, quien sabe para comprar los cigarillos que me vende. Está en el muladar que deja la conbinación entre la basura y la lluvia. Con esa imagen llegó al descampado, un lugar solitario al cual llegan las parejas en autos a saciar sus pasiones baratas regocijándose entre los tibios asientos de un tico.

Cuando llego hacia la luz de una calle la lluvia ha cesado, puedo caminar tranquilo, miro al cielo y no hay rastros de ninguna estrella, el cielo oscuro da la impresión de mis madrugadas despiertos al pie de un gran cerro de cieneguilla luego de una feroz borrachera de campamento. Llego al chifa y pido lo que mi hija me exigió: arroz chaufita con su wantán. El cocinero me mira y sonrie con compasión. Miro el fuego de la cocina que salta pero no quema y pienso en el cigarrillo que se me antojó hace unos instantes. Pago y vuelvo por el mismo camino.

De regreso, apuro el paso y el viento golpea mi rostro, llego al descampado y veo un carro con las luces apagadas pero con la pasión encendida, paso y la señora sigue buscando botellas, es como si el tiempo no hubiera transcurrido, la señora sigue agachada y levanta la cabeza para mirarme de reojo. ¿Sabrá quién soy?¿Sabrá que en estos momentos soy mas desdichado que ella?¿Sabrá que la felicidad se puede encontrar buscando  botellas en la basura mojada? Baja su rostro y sigue en lo suyo. Paso frente a la última cuadra, la vereda sigue desierta, camino con la llave en la mano, abro la puerta y me siento triste porque mi hija no se tirará encima de mi como de costumbre. Pero me recibe con una sonrisa linda y tierna como siempre, la adoro y le sirvo, como siempre, su arroz con chaufita con su wantán.

Todo esto en diez minutos de mi vida.